Hace un año, cualquier diagnóstico realista de la situación mexicana acababa, siempre, con esta lapidaria: las cosas no iban bien. Por ejemplo: la inseguridad con 36.7 mil homicidios dolosos al año, casos de corrupción e impunidad inverosímiles, un crecimiento económico raquítico (2.1 por ciento en lo que va del siglo), una desigualdad extrema y una pobreza oceánica que alcanza la mitad de la población (48.8 por ciento según Coneval). Había que emprender un cambio, amplio y urgente.