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CRÓNICA

Archivo de un dictador

Samuel Adam

Distrito Federal (28 junio 2015) .-00:00 hrs

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El último año íntegro que Porfirio Díaz gobernó el país, abundaron las cartas y telegramas dirigidos a él.

Con pretexto del Centenario de la Independencia y de la gran celebración que organizaba el Ejecutivo, que coincidía con su cumpleaños número 80, ciudadanos de distintos sectores de la población escribieron al Presidente en 1910 por distintas razones:

María Sánchez, quien vivía de lavar y planchar, pedía una oportunidad de empleo digno, pues sabía leer, escribir y contar. Gregorio González Berriozábal exigía que se decretara la abolición de la pena de muerte a las 11 de la noche del 15 de septiembre. La estudiante Teresa Mangino solicitó ayuda económica para comprarse un vestido blanco y poder cantar frente a Palacio Nacional, una semana antes del Centenario. J.H. Hernández pidió un permiso para que su esposa e hijos pudieran ver el desfile de tropas desde el balcón de la casa de Rafael Chousal, secretario particular de Díaz.

La mayoría eran manuscritos, a excepción de los funcionarios que ya utilizaban la extranjera máquina de escribir.

Cada carta dirigida al general era leída por un equipo especial en el Gobierno, que sintetizaba su contenido en uno o dos párrafos debajo de la firma del remitente. Díaz leía el resumen y respondía también amano, antes que sus funcionarios pasaran a máquina la respuesta y la enviaran de regreso.

Porfirio Díaz guardó cada texto escrito por ciudadanos, políticos, funcionarios públicos y extranjeros a lo largo de su mandato -quienes se dirigían al Presidente con un lenguaje excesivamente formal-, así como los borradores que él mismo redactó.

En mayo de 1911, las más de 450 mil cartas, sumadas a otros documentos, quedaron abandonadas detrás de una escalera de su casa en la Ciudad de México, cuando el nueve veces Presidente partió a Veracruz para abordar el Ypiranga, barco que lo llevaría a su exilio en Europa.

Hoy, las cartas son parte de la colección Porfirio Díaz, más de 800 mil documentos que la Universidad Iberoamericana resguarda en el acervo histórico de su biblioteca Francisco Xavier Clavigero.


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En el número 8 de la calle Cadena, donde Porfirio Díaz vivió desde 1888 hasta 1911 y que hoy alberga las oficinas de un banco entre las calles de Venustiano Carranza y Bolívar, en el Centro Histórico, fue donde el general se entrevistó con Francisco I. Madero en abril de 1910, dos meses antes de las elecciones donde ambos competirían por la Presidencia.

Ahí mismo se construyó un muro falso para ocultar los documentos, antes de que la casa fuera ocupada por el maderista José Vasconcelos en tiempos de la Revolución mexicana y que fue adecuada tiempo después para funcionar como embajada alemana.

Al regreso de la familia Díaz a México, en tiempos de Lázaro Cárdenas, el archivo deambuló por distintos sitios durante cuatro décadas: la casa de su hijo Porfirio Díaz Ortega (1935-1946), la Universidad Nacional Autónoma de México (1946-1965), la casa de Genaro Díaz Raigosa, su nieto (1965-1967), la Universidad de las Américas en Puebla (1967-1975) y la casa de Marie Therese Gatouillat, viuda de Díaz Raigosa (1975-1978), hasta su llegada a la Universidad Iberoamericana hace 37 años.

En el archivo hay documentos que datan de 1823, siete años antes de que naciera Díaz, y hasta 1916, pero la mayoría corresponden al periodo en el que fue Presidente (1876 a 1911). Destaca entre ellos el borrador de renuncia de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori a la Cámara de Diputados el 24 de mayo de 1911, así como los dos telegramas que le envió Madero una semana antes desde Texas, al enterarse de sus deseos de renunciar.

También destacan los periódicos de la época que narran el apoyo y la enemistad que tenía la ciudadanía mexicana hacia don Porfirio.

"No es tiempo aún de que el General Díaz se retire del poder", decía el diario La República el 16 de agosto de 1908 ante la situación que se vivía.

"¡No reelección en la República! ¡No reelección en el Estado!", se leía en un manifiesto dirigido a la población oaxaqueña publicado el 9 de mayo de 1909 en La voz de la justicia.

"Sufragio efectivo, no reelección", publicaba en otro manifiesto el Partido Nacional Antirreeleccionista el 30 de junio de 1909, mismo año en que fue creado, presidido por José María Pino Suárez.


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Con motivo del centenario de la muerte del ex Presidente, la Universidad Iberoamericana montó la exposición Porfirio Díaz: historia de un régimen, en la cual se muestran, desde abril y hasta el 7 de julio, alrededor de 100 documentos, además de objetos y fotografías de la época, cuadros con la imagen de Porfirio Díaz, maquetas del Ángel de la Independencia, la foto del último gabinete del Presidente y el menú del banquete de despedida ofrecido a los pasajeros a bordo del Ypiranga antes de llegar a Francia, entre otros objetos.

La Ibero también tiene en su poder el archivo de Carmen Romero Rubio, esposa de Porfirio Díaz; de Manuel González, quien gobernó de 1880 y 1884 entre el primero y segundo mandato del general, y de Toribio Esquivel Obregón, uno de los principales críticos del porfiriato.

María Eugenia Ponce, responsable de la colección Porfirio Díaz, cree que no se puede dar carpetazo a la historia de una figura tan polémica, como en cierta época se hizo a través de la historia en los libros de texto.

"La historiografía oficial tiene que justificar por qué se hace una Revolución, entonces se cae en los extremos de héroes y villanos. A Porfirio Díaz le tocó el papel de villano", menciona frente al archivo protegido por sistemas de aspiración de aire y extinción de calor.

Para la historiadora, a partir de 1980 cambia el discurso hacia un relato más objetivo del porfiriato. El mismo objetivo persigue esta exposición abierta al público, montada en la galería Andrea Pozzo de la Ibero.

"Se trata de dar una visión completa de lo que fue el régimen en el aspecto político, social, diplomático, de desarrollo económico, educación, cultura, caída y exilio. La intención es resaltar que el régimen fue importante para la historia de México", dice la responsable de los archivos.

"El que vea la exposición, que saque su propia conclusión", añade.