Autorretratándose
Daniel de la Fuente
Monterrey, México (12 enero 2014) .-12:58 hrs
En este año en que cumplirá sus 80 de edad, Gerardo Cantú repasa su historia y afirma que dará la batalla por dos causas: su casa-museo y un espacio para las figuras del arte local.
"Había un maestro allá en San Carlos que aconsejaba hacer un autorretrato todos los días para que no te pasara eso de que a veces no encuentras ni qué dibujar.
"En lo personal no he hecho muchos -luego van a decir 'está peor que Cuevas este cabrón'-, pero últimamente me he obsesionado con esto de los autorretratos".
En su estudio de ventanales hacia el norte y en el que abundan cuadros en proceso, naturalezas muertas y grabados, Gerardo Cantú da el primer trazo de carboncillo al que será su primer autorretrato en el año de su 80 aniversario, que cumplirá el 12 de mayo. El espacio del artista, enclavado en un segundo piso de un viejo chalet del Centro, es el mismo desde hace años: mesas por todas partes, pinceles, libros, cafeteras y un retrato minúsculo de José Alvarado niño que halló en algún tianguis.
Es el mismo lugar, a excepción de que ya no ingresa con frecuencia la figura menuda de Marinés Medero, esposa de Gerardo, fallecida en el 2009. La escritora cubana fue su biógrafa, amanuense, compañera de ruta y madre de sus tres hijos.
Sonríe al recordarla. Alto, de gafas, barriga y barba poblada, la figura del arte nuevoleonés ríe y sus ojos brillan. Mientras traza su autorretrato, Gerardo es un cofre de anécdotas, chistes, frases bellas y lapidarias.
Borra. Reanuda la línea que lo ha de retratar en este momento entrañable: el de un viejo feliz.
Peleonero
Gerardo siempre está de buen humor, por lo que resulta extraño que en alguna expo individual que le organizó Bellas Artes, alguien le dejara escrito un mensaje: "No sé cómo decirlo, pero yo sé que sufres".
"Me llamó la atención", evoca, sin dejar de dibujar. "Todos sufrimos, pero siempre he estado preocupado por no manifestar ese sufrimiento y, de alguna manera, mantener la espada desenvainada".
La veta trágica y la lucha son las columnas que sostienen la vida y obra de Gerardo. La primera se conformó en el mineral de su natal Nueva Rosita, Coahuila. Ahí, describe en tanto los trazos del autorretrato salen marcados, creció el menor de 10 hijos, sin zapatos y de overol de mezclilla, adherido al chal negro de su madre cuando ésta y otras mujeres corrían hacia las minas en busca de sus esposos e hijos al sonar la sirena de las emergencias. Las mismas enlutadas de sus cuadros.
A los 5 años, su familia cayó en la cuenta de que Gerardo debía educarse: le pusieron los zapatos de los que carecía aquel niño libérrimo que corría entre arroyos secos, le untaron vaselina al cabello hirsuto y lo sentaron en una banca para escuchar a un maestro con el pretexto de que debía aprender a leer y a escribir. Se aburría.
"No era mal alumno, fui distraído", dice, "entonces sacaba cuaderno, lápiz y me ponía a dibujar".
La suerte de aquel chico y de su familia cambió cuando el padre, comerciante conocido del pueblo, murió repentinamente. Esa pérdida y la de uno de sus hijos hicieron que la madre de Gerardo se mudara a Monterrey, donde vivía un tío de éste. El artista tenía 8 años de edad.
Aquí, en la León Guzmán, Gerardo concluyó la primaria. Era peleonero junto a sus hermanos.
"Teníamos fama, siempre estábamos puestos y buscábamos la oportunidad. Héctor, mi hermano, me daba instrucciones: yo cerraba los ojos y daba de trancazos".
Aquel chico llegó a la Secundaria No. 1 siendo el mismo y hubiera seguido igual de no ser porque un maestro lo descubrió haciéndole una caricatura y, furibundo, lo llevó con el director, el educador Humberto Ramos Lozano.
"No se preocupe, el muchacho recibirá su castigo", le dijo el director al profesor y, en cuanto éste se retiró, entre risas, le preguntó a Gerardo que cómo la había hecho.
"Está igualito", le dijo, y le encargó que hiciera murales con gises de colores dedicados a la paz y contra el fascismo, la ignorancia y la miseria. Le ayudó Raymundo Ramos, hijo de Humberto y futuro integrante del grupo de poetas Kátharsis.
Con este voto de confianza, Gerardo comenzó a definir su vocación. Así lo describió Marinés:
"Me parece que en esa anécdota se encierra una gran lección", escribió. "Ramos Lozano supo ver que debajo de aquel muchachote aparentemente desobligado con los estudios se escondía un talento".
Gerardo merodea el recuerdo.
"No sabía que podía hacer arte", concluye. "Para mí dibujar era como rascar una guitarra, porque me acuerdo que en casa papá dibujaba y mamá bordaba y hacía flores".
Ramos Lozano lo llevó a la escuela de arte de Alfonso Reyes Aurrecoechea, germen de lo que más tarde sería el Taller de Artes Plásticas, y donde conoció a figuras como Ignacio Ortiz, José Guadalupe Guadiana, Jorge Rangel Guerra y Elena Tolmacs. Más tarde, él y Ortiz serían becados para estudiar en el DF, en La Esmeralda. Eso, y respirar un ambiente donde el artista pensaba en favor de los desposeídos y estaba más cercano a la izquierda, formaron al hombre que aún es.
En esa estancia capitalina conoció, al mismo tiempo, a dos personajes clave para él: Diego Rivera y Lázaro Cárdenas. El día que Gerardo e Ignacio Ortiz visitaron al artista en su estudio, llegó el general. Insólito.
La pasión por el dibujo
Luego de sus estudios en el DF, Gerardo llegó como maestro al Taller de Artes Plásticas cuando el director era Jorge Rangel Guerra y donde ya se respiraba un ambiente de profesionalización en los creadores.
"Esa época tiene mucha importancia, porque Carmen Cortés (la maestra fundadora del taller) nos trajo el conocimiento del arte.
"Reyes Aurrecoechea fue también importante. Con él trabajé ilustrando Vida Universitaria. Yo tenía 16 años cuando hacía dibujos para las entregas de Las Burlas Veras que enviaba Alfonso Reyes".
Era entonces un hombre feliz, se describe, para el que la pasión por el dibujo ha sido siempre su medida exacta. Saskia Juárez, quien fue su alumna, lo ha descrito:
"Él e Ignacio Ortiz eran alumnos avanzados y daban las clases. De ellos saqué entusiasmo, ideas de proporción, lo básico para dibujar y para pintar bien. Gerardo me enseñó a dibujar a mano alzada".
La prueba de la natural habilidad de Gerardo es su autorretrato de 1956, realizado en el sótano de su casa, y del que el poeta Arturo Cantú advirtió: "El joven pintor nos mira desde el cuadro con más atención de la que se prestó a sí mismo".
Quizá por esto fue que su madre lo reprendió: "Ay, mijito, cuando menos te hubieras peinado".
Más tarde, becados por la República Checa para estudiar allá, Gerardo, Ignacio y Marcos Cuéllar permanecieron tres años en ese país.
En total serían seis años los que Gerardo pasó en el extranjero conociendo artistas, museos y formando un criterio. Si en Francia entendió que su deseo de hacer obra mural estaba por encima de cualquier moda, en Italia afinó sus modos para decidir plásticamente las cosas.
Volvió a Monterrey a principios de los 60, pero pronto se mudó al DF, donde trabajó en el Museo Nacional de Antropología. En esa época conoció a Marinés, con quien viajaría a España y, más tarde, a Cuba, para de nuevo volver a México.
Para los 70, Gerardo había pintado algunos de sus cuadros más célebres: "El gran muro", "Minero caído", "El poeta y la musa", "Plañideras". Seguirían "Susana y los viejos", "El discreto encanto", "La cena de los apóstoles", "Celestina". Todos con variantes posteriores. Todos de estilo figurativo y expresionista.
Ya finalizando su autorretrato de los 80 años, Gerardo reconoce que los toques de humor y erotismo en su obra se han acrecentado. Es, sin duda, su gran toque humano.
"¿Por qué hay que ser tan serios?", se pregunta el artista y la investigadora Ida Rodríguez Prampolini explica el carácter del pintor.
"En la escuela mexicana parecía indispensable que para hacer arte se tuviera que ser patético. Esta interpretación rige a casi todos los dibujantes modernos, a excepción de Gerardo Cantú, en cuyos temas hay una enorme ternura, quizás una simpatía extendida y generosa sobre los seres de este mundo".
Identidad incanjeable
El escritor Abraham Nuncio ha dicho que la obra de Gerardo declara sin ambages su origen específico y su identidad incanjeable.
"Ésta es la diferencia que lo ha convertido en el pintor vivo de mayores logros en Nuevo León, tierra donde se ha hecho el artista comprometido y admirado que es".
Su papel de decano y adelantado de su generación no lo han callado nunca. Insistentemente Gerardo ha peleado por espacios dignos para los artistas de la Ciudad, por lo que no es novedad que exija un lugar como la Escuela Fernández de Lizardi para que albergue un museo de pintores de Nuevo León, empezando por Alfredo Ramos Martínez, Federico Cantú y Fidias Elizondo.
"Con obras de ellos y de otros ocho o 10 pintores podríamos hacer un museo como los que tienen Zacatecas, Oaxaca", dice el pintor.
A esto se dedicará, así como a la realización de su casa-museo, con obras suyas y de otros.
"Tengo una colección considerable y necesito defenderla, porque las instituciones la van a embodegar", afirma sobre su acervo, al que ha llamado simplemente Marinés.
Quiere seguir pintando murales como los realizados para facultades universitarias y el Paseo Santa Lucía, entre otros espacios. Podría decirse que, a los 80 años, cualquiera se vería lento, pero él es imparable.
Mariana, su hija, lo describe vital, aunque de ideas fijas y terco.
"Nunca ha perdido disciplina y ya quisiera su energía a esa edad".
Gerardo disfruta tanto su edad que no le queda duda de que nació para ser viejo. No contempla nada extraordinario para sus 80 y quiere vivir cuando menos cinco más.
"De 85 en adelante ya no respondo, suceda lo que suceda", sonríe y firma su autorretrato.
"A lo mejor y soy todavía mejor".

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