El sector público y quienes lo representan en sus distintos niveles y órdenes, mantienen una estrecha relación con el sector productivo tanto en lo individual como en lo colectivo y viceversa. Uno no puede (al menos no de manera efectiva) transitar en sus intereses sin conciliar con el otro y eso, a pesar de la retórica presidencial, no solo es sano sino demandado en cualquier sistema que se jacte de ser democrático.