OPINIÓN

'Cum clave'

Guadalupe Loaeza EN MURAL

4 MIN 00 SEG

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Cuando era niña, no quitaba los ojos de la vitrina que se encontraba en el comedor de mi casa. Allí, entre muchas tacitas de porcelana de París, se podían ver dos muñequitos de pasta vestidos de una forma muy extraña, cada uno de ellos tenía una alabarda, su traje era de colores azul, amarillo y rojo; llevaban medias altas del mismo color que el uniforme y en la cabeza, una boina negra. "Estos son los soldados de la Guardia Suiza que cuida al Papa", contaba mi madre, mientras los señalaba con su índice, cuando había invitados a comer. Enseguida mostraba la fotografía de su visita al Papa Pío XII: ella, con su larga y enorme mantilla negra; mi padre, vestido con mucha sobriedad, y el pontífice muy delgado con sus anteojitos de aro redondo. A mí, lo que más me llamaba la atención era el par de figuritas muy bien hechas que se asemejaban a un par de enanitos. Me parecían tan reales que imaginaba que por las noches cobraban vida y recorrían los entrepaños de vidrio buscando la puerta de salida, entre muchos recuerdos de los viajes de mis padres a Europa. Entonces no sabía nada sobre los Papas, ni desde cuándo habían sido nombrados, cuánto duraba su papado, cómo eran elegidos, qué tan poderosos eran y menos qué quería decir la palabra cónclave.