OPINIÓN

El fuego de la literatura

Jesús Silva-Herzog Márquez EN MURAL

4 MIN 00 SEG

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En agosto de 1967, al recibir en Caracas el premio Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa lanzaba una definición de su oficio. "La literatura es fuego". Era todavía un defensor de la Revolución Cubana y defendía el arte de la ficción como una rebeldía. Su posición frente al gobierno de Castro cambiaría radicalmente, pero no su idea de la literatura como práctica del inconformismo. El escritor es, por la naturaleza de su ejercicio, un descontento. "Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales". La vocación literaria era expresión del desacuerdo de un hombre con el mundo. "La literatura puede morir, decía, pero no será nunca conformista". Ahí radicaba precisamente su servicio: la novela impedía la parálisis, el reblandecimiento moral. Su propósito esencial era inquietar. El inconforme incomoda. Y advertía también que la severidad en la crítica de un escritor surgía de su vínculo con él. "En el dominio de la literatura la violencia es una prueba de amor".