El poder de los dedos parece descomunal. No me refiero a la solidez del puño en el que se enrollan bajo el guante de los boxeadores, ni a la melódica herramienta de los inspirados pianistas. Tampoco a la magia con que un par de ellos, trenzados, invocan a la buena suerte mediante los tradicionales "changuitos". Los dedos, según expresó un pincel en la Capilla Sixtina, son el puente entre Dios y la humanidad.