Yo tenía unos ocho años. Era una época en que Tigres ganaba poco. Y lo más importante, era una época en que las piernas de mi abuelita aún le permitían ir al estadio. Hoy mi tío -que desde niño me invitaba al Volcán- y mi primo -que ni siquiera había nacido- ocupan esos lugares cada 15 días. Y mi abuelita y yo aún vemos juntos los partidos, cuando los hay.