Ayer vi sonreír a la bóveda celeste: una golondrina hacía volatines en el hilo del aire, bajo el azul del cielo. No vino con las alas vacías esa golondrina. Declaró en mi aduana toda la leve carga que traía: el recuerdo obligado de la rima de Bécquer; del cuento del feliz príncipe de Wilde; del viejo poema que recité en mi niñez a los presos de la Penitenciaría, por la calle de Castelar: "La pólvora estalló, / silbó la bala, / la golondrina con el pecho herido, / rota, caída, desplumada el ala, / cayó desde lo alto de su nido". Luego me recordó a todas las golondrinas cancioneras: las de la trova yucateca, que vinieron en tardes serenas de estío; las del Pat Boone de mi adolescencia, que comparecían en Capistrano con puntualidad de tren inglés; la de Agustín Lara, que llegó en el momento en que él componía uno de tantos salmos de su melancolía
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.