OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN MURAL

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Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, nuestro padre, que de Dios goza ya -y Dios goza ya de su compañía-, nos divertía con un juego de sobremesa que nos llenaba de asombro y regocijo. Tomaba una servilleta de papel, la doblaba de modo que pudiera sostenerse sobre un plato, y luego le prendía fuego con su encendedor. Se consumía la servilleta, pero quedaba en pie una estructura frágil que al terminar de arder se levantaba por el aire y descendía luego con lentitud hecha cenizas. "Brujas", si no recuerdo mal, llamaba mi papá a aquellos ígneos papeles volanderos.