OPINIÓN
MÉXICO MÁGICO / Catón EN MURAL
Más allá del Potrero, al pie del Picacho de las Ánimas, pasa un río de aguas sonoras como vidrios en procesión. Aún ahora, en julio, llevan el recuerdo del invierno montañés: si entras en su corriente para vadear el río se te detiene el pulso de la sangre, y hay que salir aprisa.
Yo salgo y me detengo en la otra orilla para dejar que el sol seque mi ropa. De nueva cuenta don Abundio me cuenta la leyenda del río: por la noche sus aguas se aquietan de repente y dejan de sonar. No se oye nada.
-Es que se duerme el río -completo yo.
-No, -me corrige-. Duermen sus aguas.
-Es lo mismo -me impaciento.
-No, señor -precisa el viejo-. El río es una cosa; el agua es otra. Pasa el agua; el río ahí está siempre.
¿Qué trasunto de Heráclito hay en esas palabras? Mientras me lame el sol para secarme pienso que ha de ser verdad lo que dice ese discípulo del tiempo, don Abundio. Aguas somos nosotros fugitivas, pasajera corriente en un cauce que se queda. Por él volveremos a pasar, nueva agua en el eterno río de la vida.