OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN MURAL

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Bien puede darse a don Francisco de Urdiñola el nombre de pacificador de tierras muy vastas en el Norte de México. Pacificador, sí, pero no hombre de paz. Igual que sus coetáneos todos vivió vida inquieta y desasosegada. Hasta sus hechos privados fueron públicos y publicados. Le levantaron el falso de haber asesinado a su mujer, y en las viejas paredes de la casa consistorial de Patos se podía leer, escrita en gruesos caracteres con faltas ortográficas más gruesas aún, la mentirosa leyenda de su crimen. Según esto Urdiñola, estando en Patos, -hoy General Cepeda, de Coahuila- habría tenido notica de la infidelidad de su mujer, que moraba en Mazapil, de Zacatecas. Ideó la muerte de la infiel y de su amante, y para quedar limpio de sospecha imaginó una estratagema. Convidó a sus vecinos a una cena muy lucida, de ricas viandas y buenos vinos, pero antes hizo poner caballos de mucho vigor y buen galope de trecho en trecho en el camino a Mazapil. A la mitad de la fiesta simuló una indisposición y cortésmente pidió permiso de retirarse un rato a sus habitaciones, y suplicó muy amable a sus amigos que no se retiraran, sino antes bien siguieran disfrutando de los amenos placeres de la mesa y la conversación, pues ya él regresaría a acompañarlos. Salió sin ser sentido de la casa, montó a caballo y a galope tendido emprendió la carrera a Mazapil, cambiando de corcel en cada posta sin detener nunca su carrera. Llegó a su casa, inesperado en Mazapil; sorprendió en el lecho a los amantes; con sendas estocadas les quitó los alientos de la vida y sin pararse siquiera a decir oración por el eterno descanso de sus almas volvió a montar y en igual forma que había ido a Mazapil volvió hasta Patos, y luego de enjugar el rostro y cambiarse la sudorosa vestimenta entró tranquilo en la sala donde sus amigos estaban todavía, uniéndose a la fiesta tras disculparse de su ligero malestar.