OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN MURAL

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MIRADOR


HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO


    Dios suele compadecer a los humanos. Aquel día, sin embargo, el hombre era el que compadecía a Dios.

    -Señor -le dijo con mucho sentimiento-. Imagino que los ateos te ponen triste. Es doloroso que la creatura niegue la existencia de su Creador.

    -Es cierto -respondió el Señor-. Los ateos son para mí motivo de tristeza. Hay otros hombres, sin embargo, que me mueven a indignación, que me provocan cólera divina.

    -¿Quiénes son ésos? -quiso saber Adán-.

    -Los que afirman mi existencia -contestó Dios-, pero me presentan como un Dios inexorable que pone trampas a los hombres para llevarlos a la condenación eterna. Prefiero a quienes dicen que no hay Dios sobre aquéllos que dicen que soy un Dios cruel.

    Adán entendió: el Señor prefería no existir que existir como parte de la maldad humana.

    ¡Hasta mañana!...



PRESENTE LO TENGO YO


Otra vez actor


    Siempre me ha gustado subir al palco escénico. Eso es mucho subir: pocos sitiales tan altos hay como el escenario de un teatro. Si acaso el solio de San Pedro en Roma, y a lo mejor me alargo.

 La última vez que subí a un foro escénico, si la memoria no me engaña, fue cuando contribuí a formar un grupo de teatro en la Escuela de Leyes de la Universidad.  De él formaban parte muchachas y muchachos que son ahora abogados prominentes.. Lástima, tan buenos actores y actrices que eran.

    Propuse para el debut de dicho grupo el "Retablillo jovial", de Casona, una divertida serie de tres pequeñas obras que suelen hacer reír al público y que es para los actores y las actrices, como se dice en el argot teatral, una perita en dulce, o sea una pieza sencilla y de éxito seguro. La dirección le fue encomendada a Alfonso González, uno de los mejores teatristas -así se dice ahora- que ha habido en la ciudad, alejado hoy, por desgracia, de los menesteres teatrales. 

    Yo iba todas las noches a los nsayos, y asistí desde luego a la función de estreno, que tuvo lugar en el teatro de la Sección 35, entonces 38 (ó 38, entonces 35), por la calle de Manuel Acuña, al norte. La sala estaba llena. Cinco minutos antes de comenzar la función me fueron a avisar que uno de los actores no llegaba. Se había dado ya la segunda llamada. ¿Qué hacer?

    -Esperemos -dije yo. 

    Ése es consejo sabio. Lo he impartido en otras circunstancias -a los saltillenses, ya se sabe, nos gusta mucho dar consejos-, y siempre la admonición ha dado buenos resultados. Pasaron 15 minutos, y el actor faltante no hacía acto de presencia.

    -¿Qué hacemos? -me volvieron a preguntar, nerviosos, director y actores.

    ¿Qué habrían hecho en semejante trance Julio César, Aníbal Barca o Napoleón, hombres todos los tres muy decididos, según dice la Historia? Habrían pronunciado, de seguro, las mismas heroicas palabras que entonces pronuncié:

    -Maquíllenme y tráiganme el vestuario.

    Algunos aplausos de los demás actores -algunos más bien tímidos y no muy convencidos- saludaron aquel anuncio, en mi opinión merecedor de mayor reconocimiento. La maquillista me caracterizó con rapidez y arte; vestí desmañadamente el atuendo del personaje y salí a escena, no sin antes hacer lo que hago siempre antes de presentarme ante los públicos. ¿Persignarme? No. Revisar si no traigo abierta la bragueta, precaución muy necesaria y útil aun a mis años.

    Como pude empecé a decir mis parlamentos, tratando de recordar lo aprendido en los ensayos. En eso vi, sentado muy orondo en la primera fila de butacas, al actor a quien correspondía el papel que estaba actuando yo. Entonces lo comprendí todo: aquello había sido una conspiración de los muchachos -en complicidad con Poncho González- para hacer que su severo profesor de Filosofía del Derecho se presentara ante sus estudiantes con la cara pintada y vestido de comediante antiguo. 

    No me sentí mal por aquel inocente engaño, lo aseguro. 

En cualquier escenario, sobre todo en éste que es la vida, estoy como el pez en el agua.


EL ÚLTIMO DE CATÓN


Ya conocemos a lady Loosebloomers. Formada en la antigua tradición expresada en el mote "Noblesse oblige", sabía que la nobleza obliga a quien la tiene a comportarse noblemente. Así, jamás le negaba un vaso de agua a un caminante con sed. Por eso recibió en su lecho a Pricky Prick, el pecoso y pelirrojo adolescente encargado de la limpieza de las cuadras. El pobre muchacho andaba de continuo en evidente estado de tumefacción por causa del impulso erótico que llega con la adolescencia, y milady  sintió temor de que la salud del chico se arruinara por entregarse a indebidas satisfacciones personales cuya maldad fue demostrada por el doctor Kellog, inventor de las hojuelas de maíz y de la mantequilla de maní. Por ese caritativo impulso, no por mala conducta o por ceder a la sensualidad, lady Loosebloomers aprovechó la ausencia de su maduro esposo, lord Feebledick, para arrastrar a su alcoba al asustado efebo. Con él estaba, enseñándole el sutil arte del foreplay, cuando intempestivamente el marido apareció en la alcoba. ¿Por qué algunas personas tienen el don de la inoportunidad? "-¿Qué es esto?" -preguntó lord Feebledick tratando de contener la tentación de la ira, herencia de sus antepasados irlandeses. "-No digas que no sabes lo que es -le respondió lady Loosebloomers-. ¿De nada te sirvió entonces tu estancia en el ejército?". "-Donde obtuve medalla de primer grado" -acotó Feebledick con dignidad. "-Milord..." -intentó hablar el mozalbete, cuya tumefacción había desaparecido por primera vez en cuatro meses a causa de la impresión que le causó la llegada del esposo. "-Muchacho -lo interrumpió con severidad lady Loosebloomers-. En esta casa los sirvientes sólo hablan cuando sus amos les preguntan algo. Lujuria sí, jovencito; faltas de educación no". "-Déjalo que hable, mujer -intervino lord Feebledick-. El otro día Bertie Russell dijo en el club que la juventud británica tiene voz, y debemos escucharla. ¿Qué querías manifestar, Prick?". "-Sólo iba a decir, milord -habló el gandul-, que mi horario de trabajo concluye a las 17 horas. Son ahora las 5 y media de la tarde, de modo que lo que estaba haciendo no interfiere con mis actividades". "-Descuidarlas es imperdonable -declaró lord Feebledick con tono admonitorio-, pero no menos reprensible es lo que hacías con mi esposa. A ella la conozco ya, pero tu ligereza me tiene sorprendido. Si no fuera porque los caballos te han cobrado particular afecto ahora mismo te despediría. Espero, sin embargo, que esto no se repita, o que se repita con la menor frecuencia posible. ¿Has entendido?". "-Sí, milord -respondió con timidez el pobre joven-. No sé si deba aprovechar esta ocasión, señor, para informarle que la yegua alazana perdió un clavo de la herradura izquierda". "-Bloody be! -palideció lord Feebledick-. Ése sí es un penoso contratiempo. Avisa de inmediato al caballerango. Las cosas andan mal en esta casa".


MANGANITAS

Por AFA


"... Progresa la ciencia  médica en el trasplante de órganos".


    Con tono muy singular

    dijo la esposa al marido:

    -Yo sé una cosa, querido,

    que te podrían trasplantar.