
"A las dos de la mañana (del viernes 10 de octubre) el río estaba abajo; a las seis ya estaba al ras del puente", recuerda don Gregorio Bautista.
"A las dos de la mañana el agua está tres metros abajo del puente (Cazones 1). El día del desborde hay otra imagen a las seis y veinte: ya está a nivel del arco. En cuatro horas subió tres metros y medio.
A las seis con cincuenta, el puente estaba a ras. Si el puente mide más de ocho metros, sólo hay que imaginar cuando el agua voló el bordo", añade.
Desde su punto de vista, la inundación rebasó la de 1999 por metro y medio.
"A esa hora ya no había tiempo para evacuar. Las familias de las colonias Floresta, Gaviotas, Morelos, Palma Sola, México y Plan de Ayala despertaron con el agua entrando por los drenajes", puntualiza.
"En las casas, en 11 o 15 minutos el agua te subía hasta la cintura. No dio tiempo de nada", explica doña Irene Morales Trujillo.
"Esta vez la tragedia superó un 50 por ciento, donde antes llegaba al patio, ahora se metió hasta las recámaras. Donde el agua alcanzaba un escalón, ahora cubrió la azotea", ejemplifica.

Leticia Arciga, vecina de la Colonia Floresta, muestra en su teléfono una secuencia similar:
"A la una de la mañana me habló un amigo que trabaja en Protección Civil. Me dijo: 'el río está subiendo'. A las tres y media ya estábamos saliendo de la casa, pero el agua ya se metía por los drenajes. A las seis, ya no había manera. Todo estaba perdido", relata.
Leticia vive en la calle Caoba, una de las más bajas y ahora cubiertas de lodo. Su testimonio sintetiza la confusión de aquella madrugada.
"Yo he vivido aquí 20 años y nunca vi algo así. En el 99 el agua tardó más; esta vez subió como si alguien abriera una compuerta. No hubo alertas, no hubo patrullas avisando. La única alarma que sonó fue la de Pemex, pero esa se activa cuando hay riesgo industrial, no para la población civil", aclara.
Asegura que la ciudad no cuenta con sistema de alerta temprana ni con un mapa de riesgo actualizado.
"Aquí no hay protocolos. Las autoridades colocan a políticos sin experiencia, gente que no sabe leer un atlas de riesgo. La alerta se da cuando el agua ya te llega al cuello", lamenta
"Estamos vivas, pero seguimos en el lodo".
Ocho días después, Leticia y sus vecinos siguen excavando entre el fango.
"Los de atrás contrataron una retroexcavadora, pero se le ponchó la llanta. Los del municipio no han venido. Ya limpiaron su manzana, pero mi frente sigue imposible. Es trabajo de titanes, y aquí seguimos, entre el lodo y el silencio".
Muestra otra fotografía tomada a media mañana: un río de lodo frente a su puerta, la calle convertida en un corredor gris.
"Esto es hoy, la subí hace dos horas. Aún no pasa el rescate ni el camión del municipio. Las máquinas que están limpiando son pagadas por los propios vecinos. Es desesperante".
Su casa está marcada con la línea marrón del nivel que alcanzó el agua: a la mitad de la puerta.
"Eso fue a las siete de la mañana. Dicen que el muro aguantó, pero lo que no aguantó fue la negligencia".
Entre los habitantes hay consenso en que la tragedia era evitable.
"Esto no fue natural", dice don Adrián Cruz, encargado de una marisquería en Palma Sola.
"Fue una mezcla de abandono, falta de dragado y desorden urbano. Desde mayo el río ya no se secó, nadie limpió el lirio ni el lodo.
Cuando cayó la tormenta, el cauce estaba colapsado.
Todo lo que antes eran islas y árboles desapareció, el río se los llevó".
También critican la construcción irregular de viviendas en las riberas.
"En la parte llamada La Quebradora viven familias desde hace más de 30 años, a ras del río. Les han dicho que se reubiquen, pero no hay terreno ni apoyos. Y cuando se los dan, regresan. Es un ciclo sin fin".
La sensación general es que Poza Rica no aprendió del 99.
"Me sorprende que la gente siga tan escéptica. En el 99 ya pasó, y ahora otra vez. Después de esto, tendría que haber un plan como el que se hizo tras el sismo del 85, cuando por fin se crearon alertas sísmicas. Aquí deberíamos tener una alerta de inundaciones, un protocolo real. Pero el Gobierno sigue improvisando".

El ambiente en la ciudad es de enojo y cansancio.
"Hay un repartidero de culpas", dice Judith, quien auxilia a su madre en la Colonia Lázaro Cárdenas.
Ahí cerca, en la Colonia Floresta, los vecinos armaron una protesta ante la inacción de las autoridades para sacar escombros.
Al Alcalde Fernando "El Pulpo" Remes lo mencionan con sarcasmo.
"Le llueve el agua y le llueven las críticas; no ha salido ni de su escondite", resume Alfonso Gómez.
"El muro se quedó corto, las obras pluviales son antiguas y el río cambia cada año. No hay ingeniería que aguante si no se le da mantenimiento", acusa el vecino de Gaviotas.
A una semana de la crecida del Cazones, la ciudad sigue atrapada entre montañas de lodo, basura y escombros.
Aquí una idea que se repite de boca en boca: no hay estrategia.
Los testimonios recabados en colonias como Floresta, Gaviotas, Lázaro Cárdenas, Morelos y Palma Sola describen un territorio donde la reacción sustituyó a la prevención, la logística se improvisó y la ayuda llegó sin orden ni prioridades claras.
"No hay estrategia, no hay dinero, no hay apoyo", resume Julita García, una vecina de Floresta.
"El censo está muy bien, pero en este momento la gente lo que necesita es limpiar su casa para hacerla habitable y volver a generar. Las calles no están en condiciones y, aún así, quieren que la gente esté en su casa para censarla.
Primero limpien calles y viviendas, y luego hagan el censo", agrega.
Las calles son intransitables, existen mudanzas improvisadas sobre lodazales y brigadas vecinales que intentan abrir paso con retroexcavadoras rentadas.
"Es trabajo de titanes", reitera doña Leticia Arciga, de Floresta.
"Los de atrás de la calle contrataron una retroexcavadora, pero se le ponchó la llanta. Ya limpiaron su manzana, pero mi frente sigue imposible. Cada quien ve lo suyo; lo entiendo, pero no hay quien coordine", reclama.
"Hay despensas que no se pueden comer y colchones sin dónde poner. Los vecinos agradecen la solidaridad, pero piden racionalidad logística. No quieran estar dando colchones. ¿Dónde los van a poner? Las despensas se agradecen, pero traen hasta aceite. Aquí estamos entre lodo, malos olores y moscas. Se necesita comida rápida y accesible, agua segura, cloro, cubrebocas, botas, palas. Eso es lo urgente. Un guiso caliente no lo puedes comer así, a la intemperie, con todo agarrando olor, no hay ni gas para usar el aceite", acusa.
Mientras el lodo se seca, crece la economía de la emergencia.
"Una hora de retroexcavadora costaba 600 pesos; ahora cobran mil pesos la hora", relata don Marcos Cabrera, un vecino de Morelos.
"Y si se poncha, la primera va por cuenta del operador; las siguientes, por cuenta de los vecinos. Ya están lucrando".
Agustín, un operador de una máquina, luce agotado.
"Necesito todos los días 60 litros de diesel, y las llantas se ponchan dos veces al día, y estoy solo ¿ cómo opero?", expresa.
La división operativa en "cinco áreas" existe, confirman testigos, pero es percibida como dispareja.
El Ejército, la Marina, el Gobierno del estado y el Ayuntamiento se dividieron el apoyo a las colonias bajo el lodo.
"Hoy quisimos entrar por ropa; no se puede. Seguimos naufragando en casa ajena", admite Leticia.
"La familia apoya y comparte, pero el gobierno no aparece", puntualiza.

Entre montones de lodo, muebles hinchados y postes con cables arrancados, vecinos de Colonia Morelos y Palma Sola describen una ciudad que sigue sin una ruta clara de limpieza y apoyo.
Los testimonios coinciden en dos exigencias inmediatas: retirar escombros y ordenar la intervención por calles y manzanas, antes del censo y de la entrega de apoyos que hoy, dicen, "no alcanzan" o "no sirven donde no se puede ni cocinar".
"De lodo hasta arriba, vivimos en la Morelos", dice una mujer que llegó a un punto de distribución después de avanzar entre cables caídos y tráfico detenido.
"Mi esposo le subió como metro y medio en el 99; ahora tres metros hasta la azotea. La ventana del segundo piso quedó a la mitad", dice entre lágrimas.
A su alrededor, otros vecinos comentan que "ayer encontraron a un empleado del hotel" arrastrado por la corriente "hasta allá", y que todavía hay desaparecidos en la zona.
"En la Morelos hay como dos, tres desaparecidos todavía", afirma una mujer.
En Calle Pánuco 106, Palma Sola, don Julio López refiere del peligro. "Me puse a monitorear: cada 10, 20 minutos subía 10 o 20 centímetros. A las cinco de la mañana, ocho cincuenta llegó" --nivel que los vecinos usan como referencia del crecimiento del Cazones esa noche--.
"De ahí ya no dijeron, pero me imagino que a nueve debe haber llegado".
Su familia apenas alcanzó a sacar ropa en una colcha:
"Nunca pensamos que pudiera llegar así, tan rápido. En el 99 nos subió a media casa; ahora más de media casa, y eso que estábamos rellenos".
La infección es otra calamidad.
"Primero que se lleven animales muertos. El rastro quedó en plena hora de matanza y huele fuerte. En la carnicería del señor de la esquina, dicen que hay un cuerpo de marrano bajo el lodo".

Remes, el Alcalde, quedó ponchado.
Aquí se sabe que tuvo un jalón de orejas federal.
Quien en la década de los 60 formó parte del memorable "Infield del millón", apodo ideado por el narrador Pedro "Mago" Septién y que agrupó a Rubén Esquivias (primera base), Kiko Castro (segunda), Remes (short stop) y Armando Murillo (tercera base), esta vez fue parte de la indignación.
"El Pulpo" fue visto en su camioneta en la Colonia Las Granjas. Por su insensibilidad y falta de respuesta, los vecinos le aventaron lodo.
En una reunión con personal de Pemex, un ingeniero indicó que la molestia presidencial con el desempeño local y hasta estatal en Poza Rica fue de alto voltaje.
Y aunque no dejó pasar los roletazos en el campo, acá el agua se le coló en sus dominios.
Para colmo, la gente le reclama que como promotor del beisbol no haya generado ni un diamante local en Poza Rica.
"Mejor develó una estatua suya en el gimnasio municipal, el jueves 16 de septiembre, nomás que pase la tragedia la vamos a tirar", advierte Francisco Loera, un trabajador de la Colonia Floresta.
Ese ídolo de los 60, acá en Poza Rica no lo quieren ni ver.