La democracia no se reduce a un proceso colectivo de toma de decisiones. Tiene también una función pedagógica. Al participar en elecciones, los ciudadanos van aprendiendo sobre los asuntos públicos, las agendas de los candidatos y partidos políticos, y los dilemas que enfrenta el país. Esto no se consigue de golpe. Por eso las democracias no surgen en automático después de regímenes autoritarios prolongados. En estos, como identificó Montesquieu en su momento, el principio dominante es el temor hacia quien ejerce el poder, y el súbdito (pues sólo hay ciudadanos en democracias) aprende a no opinar sobre temas políticos. Por su parte, la clase política está entrenada también para otro juego: el de la sumisión y los acuerdos en lo oscurito.
Carlos Elizondo Mayer-Serra, politólogo (Oxford) e internacionalista (El Colegio de México), se ha dedicado a investigar la tensión que existe entre lograr gobernarnos democráticamente y crecer económicamente. Su más reciente libro, Los de adelante corren mucho: Desigualdad, privilegios y democracia, discute esta tensión para el caso del continente americano. Es profesor de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey.