OPINIÓN

Es tradicional que violencia, corrupción y criminalidad se acentúen después del destape. Quienes quedaron fuera ya no arriesgan el pellejo.

¿Principio del fin?

Juan Enríquez Cabot EN MURAL

4 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
En los viejos regímenes priistas el ápice del poder presidencial ocurría durante el cuarto año de gobierno y principios del quinto. A estas alturas había varios tapados. Y como bien decía Fidel Velázquez: el que se mueve no sale en la foto. Quienes se oponían al Presidente ya habían sido silenciados, renunciados, u ocupaban diversas embajadas. El narco, Ejército y los servicios de seguridad bien portaditos buscaban el favor de quien llegara. La robadera todavía era discreta. Y el Tlatoani-Presidente solo escuchaba alabanzas. En esta etapa "El Presidente" todavía se escribía en mayúsculas, sin adjetivos incómodos. Poca crítica, y un poder tan inmenso sobre los siguientes seis años, que el inquilino de palacio se la creía. Pensaba poder controlar a su sucesor, proteger a su familia, ser admirado incondicionalmente dentro y fuera.