Recuerdo, desde chico, ir temprano a apartar lugares en Paseo de la Reforma para ver el desfile del 16 de septiembre y quedar asombrado del despliegue de equipo y gallardía de los elementos de las fuerzas militares. También jugábamos a algo parecido a un aplausómetro para definir qué institución era la más querida y, por tanto, la más respetada de todas. En todos los casos, los indiscutibles ganadores eran los bomberos, que en lugar de rifles cargaban al hombro hachas muy bien lustradas.