OPINIÓN

Riqueza y desarrollo

Manuel J. Jáuregui EN MURAL

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Lejos está en nuestro ánimo contradecir al Señor Presidente cuando él a su vez contradice a los economistas del Banco de México y de Hacienda en cuanto a la tasa de crecimiento del PIB estimada para este año y el que entra.

Los expertos de Hacienda ajustaron su pronóstico a la baja cerca de medio punto para ubicarlo en el rango de 1.1 por ciento a 2.1 por ciento este año, mientras que el Señor Presidente cree -y afirma- que será del 2 por ciento este año y el 3 por ciento el año que entra.

La predicción presidencial cae perfectamente dentro del rango de los técnicos de Hacienda, de manera que no nos parece que haya necesidad de afirmar que fueron "conservadores" (suponemos que el Señor Presidente emplea el término en el sentido de que fueron cautelosos, sin pecar de optimistas, y no en el otro sentido que a menudo emplea y que es en referencia al espectro político en el que se relaciona el término con la derecha tradicional).

Donde diferimos más del augusto pensamiento presidencial es cuando se refiere a que más que crecimiento, necesitamos desarrollo.

El Presidente luego afirma que crecimiento es crear riqueza, mientras que desarrollo significa repartirla de manera equitativa.

Aquí sí es donde nos perdimos, no nos da ninguna pena confesarles lo anterior, amigos lectores, pues en nuestra pequeñina cabecilla no nos cabe el entendimiento de cómo se puede lograr el desarrollo sin primero generar el crecimiento.

Nos parece que para repartir riqueza es imperativo en primera instancia crear riqueza.

¡Ni modo que se reparta la pobreza!

Lo anterior sí se puede, de hecho es lo que han logrado de forma notoria y consistente los países comunistas, de manera que no se piense que lo inverso de repartir riqueza resultaría imposible.

Lo que pretendemos decir es que no parece que sea esto último la intención manifiesta del Gobierno morenista, que por lo menos en el dicho ha señalado que la intención -la meta- es crecer la economía (nuestro Producto Interno Bruto) al 4 por ciento anual.

Con esa tasa anual habría -efectivamente- mucha riqueza que repartir: mas al 1-1.5 por ciento que es donde andamos actualmente apenas y alcanza para las tortillas y los frijoles.

A lo que vamos es que no se puede pensar en desarrollo sin crecimiento, y si aceptamos lo anterior entonces queda claro que urgen medidas de primera instancia que promuevan el crecimiento.

Una vez logrado esto, habrá que abocarse a que el bienestar generado se distribuya equitativamente y alcance a toda la población, especialmente a los más necesitados.

Lo que no se puede, e incluso resultaría contraproducente, es pensar en distribuir una riqueza que aún no se ha generado.

Y justo aquí es donde conviene recordar que los gobiernos no generan riqueza, la destruyen.

Sólo el sector privado (hablando de una democracia capitalista, como hasta hoy es la nuestra) puede generar riqueza que repartir.

Salta a la vista que si el sector productivo del País es acechado por huelgas ilegales, por bloqueos, por estorbos burocráticos o por un clima adverso a la inversión con escasez o altos costos energéticos, no habrá nada que repartir.

Que no se crea que las entregas en efectivo del erario a sectores sociales considerados vulnerables pueden sustituir la potencia rescatadora de un crecimiento económico vigoroso.

Lo primero cae en la categoría de paliativos, lo segundo forma parte ya de un remedio permanente.

Sólo con la creación de empleos se genera bienestar duradero y no una dependencia insana del paternalismo del Estado.

Todas las formas de "clientelismo" se han experimentado en México y ninguna ha funcionado en términos económicos.

Quizá sí en materia de control político, mismo que le sirvió -entre otros- al PRI a conservar el poder durante siete décadas, pero en lo que se refiere a erradicar la pobreza no alcanzó ni a mover la aguja.

No dudamos ni un segundo de las buenas intenciones presidenciales y de su compromiso con los más necesitados.

Meramente nos preguntamos qué fórmula secreta habrán encontrado para pensar en la repartición de la riqueza antes de su creación.