Seguridad y percepción
OPINIÓN INVITADA / Adrián Franco Barrios EN MURAL
No es difícil recordar posicionamientos públicos que subvaloraron la percepción sobre inseguridad pública de las personas en su entorno próximo. Menospreciar esta percepción se convierte en salida cómoda para esquivar las dimensiones del fenómeno. Ello, cuando las cuatro mediciones más relevantes para diseñar, implementar y evaluar políticas públicas relacionadas con seguridad pública son la prevalencia delictiva, la incidencia delictiva, la revictimización y la percepción sobre inseguridad. Información que proviene de encuestas especializadas para medir victimización y percepciones sobre seguridad en el entorno de las poblaciones.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi recientemente publicó los resultados del primer trimestre de 2019 de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU). Este instrumento, de suma importancia para monitorear con oportunidad aspectos relacionados con la seguridad pública en 67 ciudades del país, permite entender que la percepción social no es invención, sino resultado de múltiples causas. Detrás del 74.6% de la población que considera que vivir en su ciudad es inseguro, en la Encuesta hay centenas de elementos y variables de información que son oro molido para quienes gobiernan esas ciudades y para las autoridades federales en un vistazo estratégico.
Al reiterar que la percepción social de inseguridad es fundamental, y sin aturdir refiriendo cálculos y estimaciones, se observan fácilmente diferencias entre ciudades, su evolución en el tiempo, dinámicas sociales y otros elementos para diseccionar el fenómeno a nivel local y nacional e incidir sobre el mismo. En lenguaje de moda, para aplicar empujones (nudges) de tipo micro o en amplias políticas públicas.
En el tiempo, de estos datos deriva que la sensación de seguridad de las poblaciones se correlaciona en buena medida con la efectividad percibida de autoridades nacionales como la policía federal y con la confianza que se tiene en policías municipales. La efectividad de estas últimas impacta sobre la capacidad percibida de los gobiernos locales. También emana que la atestiguación de consumo/venta de drogas en calle y de disparos frecuentes con armas de fuego son variables con alta relación estadística con la inseguridad que las personas sienten en las calles que habitualmente usan, aún más que la atestiguación de robos, asaltos o vandalismo.
El creciente conflicto con desconocidos en la calle, más que conflictos con autoridades o con vecinos, se correlaciona con la sensación de inseguridad. Con dificultades para incidir, la inseguridad en el transporte público es un foco rojo de atención; mientras que la elevada sensación de inseguridad en espacios privados como cajeros automáticos y los bancos debió también llamar la atención tiempo atrás. La sensación de inseguridad mina la calidad de vida cotidiana de las poblaciones, axioma visible en la afectación de rutinas y hábitos de personas al alejarse de parientes o amigos, temer caminar por la noche cerca de sus viviendas o aislar a los menores de edad de la interacción social.
En ocasiones no es necesario asociar la sensación de inseguridad a fenómenos complejos como el crimen organizado, o derivar todo de los homicidios per se; sino a causas elementales en las calles y colonias, en la vida cotidiana de la comunidad. La sensación de inseguridad parece tener bases más locales y cercanas a las personas y, por ende, requiere acciones en ese ámbito. Incidir sobre las causas de la percepción de inseguridad pública es incidir sobre la calidad de vida de las personas, sobre el bien común, el orden en espacios públicos y la efectividad gubernamental.
El autor es Vicepresidente de la Junta de Gobierno del Inegi.

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