Hace veintiséis siglos el historiador Tucídides formuló el primer bosquejo teórico acerca de cómo avanza la inestabilidad social y política a partir de un factor desencadenante al que llamó anomia: lo contrario a la norma. Al instalarse la anomia, decía, se abandonan las formas de convivencia regulada porque se pierde "el miedo a los dioses y a las leyes". El concepto quedó sin desarrollo hasta que el notable científico social Émile Durkheim lo retomó, a fines del siglo XIX, para denotar una patología de la sociedad estatal traducida en la pérdida de la adhesión a la norma, cuya consecuencia era la fractura de la convivencia. Décadas más tarde, otro sociólogo, Robert K. Merton, profundizó el estudio y concluyó que cuando "se considera al sistema institucional como barrera para la satisfacción de objetivos legitimados, está montada la escena para la rebelión como reacción adaptativa".