Tal vez sólo un irlandés podría haber hecho una radiografía tan implacable y precisa de un inglés. Así es el retrato que pintó Fintan O'Toole en The Guardian sobre Boris Johnson, el nuevo primer ministro británico ungido por los contados miembros del Partido Conservador.
Con Johnson no hay engaño, dice con razón O'Toole: no puede desilusionar a nadie porque nadie abriga ninguna ilusión de que sea confiable, honesto, honorable o serio. Su relación con la verdad es tenue -su carrera ha estado montada en la mentira- y carece de escrúpulos morales en su vida privada y en la pública. Es un charlatán carismático con un gran sentido del humor. Un camaleón que adopta (la pareja) y la imagen que le conviene para acumular poder.
En 2016 puso sus talentos y sus defectos al servicio de los brexitistas. Ayudado por una campaña digital sofisticada y engañosa, fue fundamental para el triunfo de Brexit en el referéndum. Como la sociedad inglesa, que ayudó a dividir, Boris Johnson se ha radicalizado. Su bandera para llegar al 10 de Downing Street fue la promesa de que Gran Bretaña abandonará la Unión Europea (UE) el 31 de octubre, con acuerdo o sin acuerdo, cueste lo que cueste.
Por cualquier medio, subrayó Dominic Cummings, su principal asesor, que ocupa un lugar central de la maquinaria política del nuevo gobierno y diseñó la campaña digital en 2016. Cummings es solo el más peligroso de los brexitistas radicales que tomaron por asalto al Partido Conservador y al gobierno a fines de julio. Pretende desmontar las instituciones del Estado -es un enemigo declarado del servicio civil británico- y estará seguramente a cargo de la campaña en una previsible elección en unos meses. (No es difícil adivinar que será la campaña política más sucia que haya vivido Gran Bretaña).
Posiblemente este odio a Europa tiene mucho de karma: de nostalgia del Imperio y de una guerra -la segunda- que parece no haber acabado nunca en Inglaterra (Johnson se cree Churchill y usa todo el tiempo metáforas bélicas). Pero ciertamente, Brexit se ha vuelto un dogma irracional que anuncia sin ninguna base en la realidad un futuro radiante fuera de Europa con Inglaterra como parte de una mítica anglosfera.
Por boca de Johnson el dogma anunció a Bruselas que el nuevo primer ministro ni siquiera se sentará a negociar con la UE si no borra del acuerdo con Gran Bretaña el "backstop irlandés" (que preservaría una frontera suave entre Irlanda e Irlanda del Norte manteniendo, hasta un arreglo final, a Gran Bretaña en la unión aduanera). Ni negociará, ni pagará los 39,000 millones de libras que debe a Europa como parte del acuerdo de divorcio.
A los brexitistas en el poder les importa un comino el 48% del electorado que votó contra Brexit (los remainers a quienes han descalificado como remoaners -quejumbrosos que son además un lastre-) ni los previsibles costos económicos que un no-acuerdo causará a Gran Bretaña: aranceles, caos financiero, desabasto y mil problemas más.
El dogma reina, asimismo, por encima de la unidad del país. En Escocia, que votó mayoritariamente en contra de Brexit, la primera ministra Nicola Sturgeon le dio una bienvenida gélida a Boris Johnson, que tuvo que salir por una puerta trasera para darles la vuelta a los manifestantes que lo abucheaban. Los escoceses, afirmó Sturgeon después del encuentro, "no votaron por este gobierno británico, ni por este primer ministro. Y ciertamente no votaron por un catastrófico Brexit sin acuerdo". A Johnson le espera también un posible referéndum independentista en Escocia. Tampoco le fue muy bien en Gales donde el primer ministro laborista le advirtió que un Brexit duro afectaría negativamente a la agricultura y al sector manufacturero.
Pero el corazón del dilema de la unidad británica vs. Brexit está de nuevo en Irlanda, miembro de la UE, e Irlanda del Norte, parte de Gran Bretaña, donde una mayoría votó contra Brexit. Los irlandeses de ambos lados, donde está vivo el recuerdo de la violencia sectaria antes del acuerdo de 1998, se oponen a la frontera dura que Brexit restablecería sin el backstop que Johnson rechaza.
Esa es la posición de Leo Varadkar, el primer ministro irlandés. No sorprende que el nuevo gobierno y los tabloides que lo apoyan hayan puesto en manos de Bruselas y de Varadkar la cuenta de un Brexit duro: los populistas siempre encuentran "villanos" a quienes pasarles la responsabilidad y el costo de sus propias políticas.

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra. Ha publicado cinco libros sobre asuntos internacionales, y en el 2006, La aguja de luz, una novela histórica sobre Mallorca. Es colaboradora de Letras Libres y editorialista de Reforma desde su fundación. Ha impartido cátedra en las principales universidades del país sobre temas internacionales.