OPINIÓN

Debilidad

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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"Pecar con la carne es humano -decía un cínico- pero se siente divino". Don Cucurulo era hombre honesto y casto. En 25 años de matrimonio jamás le había sido infiel a su esposa. Por desgracia se mudó al departamento vecino una señora guapetona que un día, al salir del elevador, lo miró con ojos de date preso. A partir de entonces el buen señor no conoció ya el sosiego. Pensaba en ella de continuo; se le aparecía en sus sueños. Un sábado, el día fijado para hacer el amor con su mujer -de 9 a 9:05 de la noche-, se sorprendió pensando en la vecina mientras llevaba a cabo el acto conyugal, lo cual lo avergonzó grandemente, como si en verdad hubiera cometido el adulterio. Pero ¡haiga cosas!, como dice la gente del Potrero para manifestar asombro. Resulta que los sueños no siempre sueños son. Una tarde en que la esposa de don Cucurulo había salido para ir a su clase de yoga, la deseada vecina se le presentó al tímido señor vestida sólo con una robe de chambre que claramente daba a ver que bajo esa prenda no traía ninguna otra. Sin más ni más le dijo la llamativa fémina: "He visto cómo me mira, vecino, y a fin de fomentar la buena vecindad entre nosotros vengo a que me mire bien". Y así diciendo dejó deslizar la mencionada bata. Claro, sucedió lo que tenía que suceder. A poco ya estaba don Cucurulo faltando por primera vez a su deber de esposo. Conoció entonces el incitante sabor del fruto prohibido. Por desgracia en este mundo no hay dicha duradera. (Otro no conozco, por eso me abstengo de opinar). Aquel día el maestro de yoga no acudió a la clase. Al parecer estuvo yogando toda la noche con una alumna, y eso lo dejó sin fuerzas para dar la lección. Así, la esposa de don Cucurulo regresó al departamento antes de lo esperado. Lo primero que vio al entrar fue, tirada en el suelo de la sala, la robe de chambre citada. Eso le dio mala espina, y recelosa se apresuró hacia la recámara. Lo que ahí vio la dejó sin habla, al menos por el momento, pues los siguientes 37 años que duró el matrimonio se lo restregó todos los días a su marido. Le dijo don Cucurulo: "Perdóname, Parabela -tal era el nombre de la esposa-. Lo hice por debilidad". Respondió con aspereza la señora: "¿Y a poco lo que tiene esa vieja es vitamínico?"... Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado, sin sentido alguno ni de la buena educación ni de la caridad cristiana. Su suegra fue a pasar unos días en su casa, y una tarde le pidió: "¿Serías tan amable, yerno, de traerme la escoba?". "Cómo no, suegrita -respondió con fingida amabilidad el majadero-. ¿La de barrer o la de volar?"... No cabe duda: los tiempos han cambiado. Y nosotros con ellos, por supuesto. Antes se esperaba que la mujer llegara virgen al matrimonio, y que fuera siempre modelo de virtudes, en tanto que al varón se le permitía todo tipo de devaneos eróticos, tanto de soltero como de casado. Incluso las mamás de las chicas que contraían nupcias deseaban que el novio estuviera ya "corridito", para que con el matrimonio se apaciguara. La mayoría de las muchachas iban a su noche de bodas sin saber bien a bien lo que en ella pasaría. Eso explica lo que aconteció en el caso de Leovigildo y Dulciflor. Disfrutaron plenamente los deleites de su himeneo -tres veces al parecer gozaron de ellos-, y se entregaron luego al dulce sueño que sigue al amor bien cumplido. Al día siguiente la ingenua novia, ignorante de las cosas de la vida, miró la entrepierna, en estado de reposo, de su flamante maridito y le preguntó, desolada y afligida: "¿Eso fue todo lo que nos quedó?"... FIN.