OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN MURAL

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Llega el viajero a Mérida. Algo bueno hizo el viajero -él no recuerda qué-, y Diosito lo premia haciéndolo ir a Mérida. El viajero ama a Mérida como a una hermosa y distante amada. Puede explicar su amor por la ciudad: se lo inspiran el aire de antigua nobleza de sus hombres y la inasible magia de sus mujeres, que seducen sin ellas darse cuenta. Se lo inspiran las cosas que pueden tomarse con los sentidos: la vista de sus piedras; el gusto de sus edénicas comidas; el oído de su trova; el tacto de esas manos femeninas que acarician en el trivial saludo; el olfato de selva y de cenote en la humedad de las calles nocturnas... Pero algo tiene Mérida que sólo puede aprehenderse con el infinito sentido del amor. Es el recuerdo que nos deja después de que la dejamos. Ese recuerdo ya no viaja; se queda para siempre. Recordando ese recuerdo está ahora el viajero, y ya quiere regresar. El viajero siempre quiere regresar.