Tras la elección del 18, los derrotados entregaron la plaza. Desaparecieron de la escena pública, salieron del país. Poquísimos defendieron las reformas que habían vendido como catapulta de la prosperidad. Mientras se iban desmontando, una a una, las instituciones que se habían levantado en los años anteriores, guardaron silencio. No especulo sobre los motivos de la retirada, pero me parece evidente que el haber dejado la mesa vacía contribuyó a la destrucción de los contrapesos. Una última soberbia marcó a la coalición desplazada: la idea de que el simple paso del tiempo les regresaría el poder.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.