Los budistas saben bien cómo quienes tienden a exasperarnos son, en el fondo, maestros de paciencia, que nos salen al camino para ayudarnos
Perfeccionarnos
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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"No puede entrar con agua", me detuvo el funcionario que hace las veces de portero y arriero. Está a cargo del ingreso, y su labor es indicar quién pasa y en qué momento, y también da indicaciones a quienes todavía tienen que esperarse, que se hagan para allá, que se muevan para acá, y pide los comprobantes de las citas, pues se supone que todo empieza así, con una cita que uno sacó días antes, y que entonces eso debería facilitar el control del ingreso, pero por lo visto tal sistema no sirve del todo y por ello hay que pagar a un funcionario para que haga lo que la tecnología no puede. "¿Y qué hago?", le pregunté, temiendo por la suerte de mi botella térmica ultrapoderosa que tan buena me ha salido para atravesar los infiernos primaverales del tráfico tapatío. "Tírele el agua o deje el termo ahí", contestó, indicándome el vil suelo. "Pero a esa señora sí la dejó pasar con su termo", quise protestar. "Es que trae agua para su bebé", repuso el sagaz servidor de la Nación. Yo pensé que no sólo los bebés pueden tener sed, y que estaba presenciando el surgimiento de una nueva forma de discriminación. Pero vi que el cadenero estaba ya enchilándose. Así que mi agüita fría fue a convertirse en charco, y de inmediato me dio sed.