OPINIÓN

Amigo leal

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

4 MIN 00 SEG

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Acaba de celebrarse el Día del Perro. Este maravilloso animal nos ha acompañado desde las más remotas épocas; a lo largo de los tiempos nos ha dado su ayuda y su cariño. El perro siempre ennoblece al hombre con su ejemplo de fidelidad, de amor; el hombre muchas veces envilece al perro al contagiarle su maldad, como hacen los que organizan peleas de perros, como hicieron los nazis al entrenar perros para lanzarlos contra los judíos en las estaciones de trenes o los campos de exterminio. Pero el perro sabe perdonar, y nos perdona que no estemos a su altura. En homenaje a ese leal amigo relataré este día un par de cuentos en los cuales figura un perro... El arte de la ventriloquía, tan de moda hace algunos ayeres, está hoy casi olvidado. Pocos practican ya esa forma de entretenimiento que en otro tiempo fue acto obligado en todos los teatros de revista y carpas. Un cierto ventrílocuo llegó a un pueblo, y en compañía de su perro fue a la cantina del lugar. Pidió un tequila y luego le preguntó al caniche: "Y tú ¿qué quieres, Fido?". Ante el asombro del cantinero contestó el animal: "Una cerveza. La más helada que haya". El de la cantina, impresionado, le preguntó al sujeto: "Su perro ¿habla?". "Sí -respondió con naturalidad el ventrílocuo-. Batallé mucho para enseñarlo, pero al fin aprendió. Ahora lo que no sé es cómo callarlo. Habla demasiado". "No es que yo hable mucho -dijo el perro (o pareció decir)-. Lo que sucede es que tú no aprecias el arte de la conversación". "Le compro el perro -se apresuró a decir el cantinero-. Le doy por él 500 pesos". "No lo vendo -respondió el ventrílocuo-. A más de ser mi perro Fido es mi mejor amigo, mi compañero y mi guardián". "Le doy mil pesos" -subió su oferta el tabernero. "Ya le dije -replicó el otro-. Fido no está en venta". Siguió pujando el de la cantina. Cuando llegó a 5 mil pesos el ventrílocuo cedió. "Está bien -dijo-. Le vendo el perro, pero sólo porque ando necesitado de dinero. Deberá usted prometerme, sin embargo, que de vez en cuando me permitirá que venga a platicar con él". El cantinero aceptó la condición y le entregó al ventrílocuo la suma convenida. El tipo se encaminó hacia la puerta. El perro lo siguió, y el de la cantina fue tras él, temeroso de que el animal se fuera a ir con su antiguo amo. No se fue. Pero cuando el ventrílocuo estaba ya en su automóvil habló el perro -o pareció hablar- y le dijo: "Mal amigo. No pensé que los hombres fueran tan desagradecidos. En castigo jamás volveré a hablar". Tales fueron las últimas palabras que el cantinero le oyó al can -o creyó oírle- antes de que el ventrílocuo arrancara su automóvil y se marchara a toda velocidad... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, tenía una finísima perrita poodle a la que sacaba a pasear de vez en cuando, más para presumirla que para ejercitarla. Sucedió cierto día que un perro corriente se le trepó en la calle a Mignonette -así se llamaba la perrita- y empezó a hacer con ella lo que los perros hacen con las perritas en la calle. Toda azarada doña Panoplia no sabía qué hacer, confundida por el evento que tan cerca de ella se estaba llevando a cabo al parecer con la inexplicable -y reprochable- complacencia de Mignonette. Vio la dama a un chiquillo que andaba por ahí, lo llamó y le dijo: "Niño: te daré 10 pesos si sostienes por la correa a mi perrita mientras este desvergonzado perro termina de realizar su indebido acto. Yo me alejaré un tanto a fin de no presenciar el penoso acontecimiento". Replicó Pepito -él era el tal chiquillo-: "Tendrá usted que darme 20 pesos, señora. El desvergonzado perro que usted dice es el del carnicero, y siempre dobletea"... FIN.