El Papa también

31 de diciembre, Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano. Un hombre de rostro conocido y ropa inconfundible acaba de presidir un acto solemne de orden religioso. Camina y saluda a las multitudes que lo esperan hasta que una mujer lo jala abruptamente. El hombre parece a punto de caer, recupera el equilibrio y para zafarse de la jaloneadora, tira con fuerza y determinación dos sopapos sobre su mano; luego con rostro adusto y desencajado recupera el frente e intenta caminar de nuevo como si nada. No es precisamente un ataque de ira, o una escena declarada abiertamente violenta; es apenas un forcejeo con manazos, de esos que si naciste varias décadas atrás recibías habitualmente de manos cercanas como las de tu tía, por tomar algo no permitido (como un postre antes de tiempo), o de tu maestra, por causas diversas, como no traer las uñas limpias.