Arriba, en las nubes, partículas suspendidas de polvo y humo crean las condiciones para que se asiente y concentre la humedad, formando gotas de lluvias. Las gotas no tienen forma de lágrima. Se parecen más a un frijol, o a un pan de hamburguesa. Adoptan esta forma porque la tensión superficial del agua, su piel, hace que las moléculas permanezcan juntas. El vínculo entre sus moléculas es más fuerte que el que mantienen con el aire. Cuando el equilibrio se rompe, por su densidad y peso, son atraídas por la curvatura del espacio, y caen a tierra a una velocidad constante entorpecida por el viento. Cuanto mayor la gota, menos vulnerable al viento, pero mayor la presión que la oprime desde abajo al caer.