OPINIÓN

No sé qué implique para el cableado cerebral de un lector de este tiempo poder disponer así, instantáneamente, de todo lo que ha leído

Conticinio

NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

5 MIN 00 SEG

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Descubrí la palabra en la obra de Javier Marías, llena de personajes insomnes o para quienes la lucidez parece siempre más al alcance cuando refulge en la oscuridad de la noche. Fue en la novela Mañana en la batalla piensa en mí, primero cerca del principio, sólo como equivalencia de "la mitad de la noche", más adelante enunciada con explicación adjunta: "aquello era lo que los autores clásicos llamaban el conticinio, un latinajo, la hora de la noche en que todo guarda silencio de mutuo acuerdo". (Marías aprovecha, enseguida, para hacer algo que en él era tic o manía: despotricar contra su país o contra su ciudad con cualquier pretexto y muchas veces sin que viniera a cuento. Esas invectivas nutrían muchas veces sus artículos periodísticos, en especial los de tonalidades cascarrabias y pocas pulgas -o sea, la mayoría-, y era un rasgo un poco patético o tedioso, aunque insignificante al apreciar las evoluciones asombrosas de su prosa torrencial, cómo practicaba en todo momento la "exuberancia en la dicción" que Harold Bloom estatuyó como uno de los cinco componentes de la fuerza estética de las obras literarias. Dice, pues, Marías, después de explicar qué es el conticinio: "aunque esa hora en Madrid no exista", es decir, que su narrador se queja, inopinadamente, de lo ruidoso de su ciudad, incapaz de paz y silencio).