OPINIÓN

Morena no es el viejo PRI

Carlos Bravo Regidor EN MURAL

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Se usa demasiado, es una analogía facilona y sensacionalista: que Morena se parece cada vez más al PRI de antes, que el proyecto lopezobradorista consiste en reconstruir el presidencialismo autoritario que imperó en México durante buena parte del siglo XX.

Entiendo el temor que busca expresarse a través de ella, pero aun así me parece una comparación desenfocada y anacrónica.

Sí, en algunos rasgos se parecen. Por ejemplo, en su composición heterogénea o su falta de ideología. El PRI nunca fue, ni Morena es tampoco, partido de un solo sector o en el que hubiera algún tipo de ortodoxia. Al revés, uno y otro ilustran lo que los politólogos llaman "partidos cacha todo". De igual forma, las dos son organizaciones de liderazgo centralizado; donde puede haber disputas entre varios grupos o intereses, pero un actor predominante ejerce como árbitro o jefe (el presidente en turno en el PRI, Andrés Manuel López Obrador en Morena). Finalmente, ambas acusan una vocación hegemónica: le escatiman legitimidad a sus oponentes, pretenden monopolizar la representación de un sujeto político totalizante (la nación revolucionaria del PRI, el pueblo de Morena) y no aspiran a compartir el poder sino a concentrarlo. Sin embargo, esas son características genéricas, insuficientes para justificar la analogía entre el viejo PRI y el lopezobradorismo.

Son más sustantivas sus diferencias. La primera, su relación con la democracia. El PRI histórico cojeaba mucho de esa pata, mientras que la de AMLO es sobre todo una historia de lucha democrática -con los asegunes de su propio pasado priista, su hábito de no admitir derrotas o su ojeriza contra las autoridades electorales-. Luego está el hecho de que sus orígenes y contextos históricos no podrían ser más disímiles. El PRI, nieto del partido que fundó Plutarco Elías Calles en el año de la Gran Depresión (1929) para ponerle fin a la violencia revolucionaria, fue creado a principios de la posguerra (1946) con el propósito de llevar a cabo un programa de modernización autoritaria. Morena obtuvo su registro como partido político seis años después de la Gran Recesión (2008), y fue producto de la ruptura de AMLO con el PRD, partido que a su vez surgió de la amalgama entre una escisión del PRI y varios partidos de izquierdas en el año de la caída del muro de Berlín (1989), con el fin de combatir la agenda de la modernización neoliberal. El mundo y el México de cada cual no tienen nada que ver.

En tercer lugar, el PRI posrevolucionario siempre fue una estructura de intermediación: politizaba demandas, gestionaba conflictos y organizaba respuestas. El lopezobradorismo en el poder, por el contrario, se ha propuesto acabar con todas las intermediaciones, establecer un vínculo directo (es decir, directamente clientelar) con la población. Por último, la institucionalidad era una clave de la identidad priista. Se jactaban de construir instituciones, de institucionalizar esfuerzos, de tener un comportamiento institucional. Para ellos institución significaba estabilidad, aunque fuera corrupta y autoritaria. La identidad lopezobradorista, en cambio, entraña una franca voluntad de desinstitucionalización. Se precian de cuestionar todas las instituciones, de poner en entredicho su necesidad o exhibir sus costos, de no capitular a sus hipocresías. Para ellos las instituciones son sinónimo de corrupción, obstáculo o dispendio, aunque las haya funcionales y democráticas.

En suma: no, la hipótesis de que AMLO y Morena encarnan la restauración del viejo régimen priista no tiene sentido. Estamos ante un bicho muy distinto, que necesitamos entender en sus propios términos. En el mejor de los casos, podría ser un correctivo populista de los déficits y excesos de la democracia en la que desembocó la transición. En el peor, podría impulsar un retroceso democrático, incluso derivar en un nuevo autoritarismo populista.

En cualquier caso, lo de hoy no es lo de ayer. Nunca lo es. Para bien o para mal, siempre es otra cosa.