Pasarán varios días para que sepamos cómo quedan integrados los tribunales del país. Me temo que no tendremos la certeza de que los resultados sean auténticos porque en la elección de ayer no hubo vigilancia de los contendientes, ni fueron nuestros vecinos quienes levantaron la primera cuenta. Un árbitro que fue, durante todo el proceso, un espectador más no puede ser generador de confianza. El proceso que culminó en la votación fue un impecable desastre. Ninguna decencia alteró su sentido. Del principio al fin, hemos visto un desfile de abusos sin recato. Asignación indebida de la mayoría calificada; una descarada compra de voto en el Senado; el fracaso de los comités de selección que no solamente consagraron a peones del oficialismo sino a delincuentes, la violación ostentosa de las reglas de la competencia por parte de las ministras del oficialismo, las campañas más ridículas en la historia de la humanidad, la intervención ilegal de gobiernos, partidos, sindicatos, la insuperable demagogia de la Presidenta que no dejó de decirnos que la elección de ayer nos ha convertido en el país más democrático del planeta. Una apretada cadena de barbaridades sin discontinuidad alguna.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.