El PRI murió, pero no tuvo una muerte gallarda, noble, que le permitiera resucitar algún día conservando su dignidad.
No, el desdichado PRI murió desdichadamente.
Murió achicado, vergonzosamente, renunciando a ser OPOSICIÓN y conforme con unirse al poder aferrándose a la posibilidad de -aunque sea- ruñir el hueso que le quieran aventar de las sobras que queden en la mesa del poder.
Una oportunidad histórica desperdiciada, y por lo mismo, una que puede ser su última en el corto y mediano plazo de ser relevante, de asumir la posición que le toca, otorgada por la historia: de ser OPOSICIÓN, de cumplir con su propósito de convertirse en freno y equilibrio, en CONTRAPESO al poder ilimitado.
No hablamos del largo plazo, pues hoy esa fecha es debatible si en México exista tal cosa como el "largo plazo".
En el "largo plazo", como afirmó John Maynard Keynes, "todos estaremos muertos".
En la elección interna de ayer para renovar la dirigencia del ahora partido satélite de MORENA dominaron dos cosas, fundamentalmente: