El código moral bajo el cual vivimos nuestras vidas ha cambiado en las últimas décadas. Hasta la primera mitad del siglo 20 las personas se empeñaban en ser buenas, en perfeccionar su alma. Los ejercicios espirituales, la imitación de Cristo, el examen de conciencia, fueron prácticas asociadas a un concepto de moral estricto. Poco a poco las cosas se han alejado de ese eje. Hoy las personas más que buscar alcanzar las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, prefieren buscar la felicidad, la salud, experiencias significativas, calidad de vida, bienestar subjetivo. El concepto de moral que hoy prevalece es, pues, más amplio y ha dejado de estar dominado por la religión para regirse por la psicología. El sacerdote confesor ha dejado su lugar al terapeuta, y el pecado ha dejado de ser un concepto rector de la conducta, para dejar su lugar a conceptos como la culpa, la autoestima, o el estado de ánimo. En suma, las personas valoran más esta vida, que la prometida después de la muerte.