Maravilla inesperada: descubrir que la música de la Filarmónica también es de uno
Que así sea
LA MENOR IMPORTANCIA / José Israel Carranza EN MURAL
Para restaurar la confianza en la humanidad, pocas ocasiones mejores que un concierto de música sinfónica. En sus momentos más altos, el asombro se abre paso entre la emoción y el encantamiento: ¿cómo es posible que un grupo de personas colabore así para dar vida a lo que nació en la inteligencia y la imaginación de alguien, y cómo es posible que uno que escucha pueda participar del portento? Algo así estuve pensando -si en realidad se puede pensar con claridad en tales momentos- la mañana del domingo pasado, en el cierre de la segunda temporada de este año de la Orquesta Filarmónica de Jalisco. El programa era formidable: Mozart, Haydn, «El Salón México» de Copland y una obra de Allan Gilliland escrita especialmente para el solista invitado, el trompetista canadiense Jens Lindemann: «una pieza a la medida de sus increíbles habilidades de virtuoso», como se lee en un texto del compositor citado por Juan Arturo Brennan para el programa.
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