No era un buen diagnóstico con una mala receta. El nuevo régimen no identificó en ningún momento la naturaleza de la corrupción, la extensión de sus redes, sus facilidades institucionales. Su discurso empezaba en la prédica moral y terminaba con la esperanza del ejemplo redentor. La pureza del caudillo regeneraría la vida pública. No había tema que ocupara mayor atención en el discurso público. Se hablaba insistentemente de la corrupción como el peor de los males, como el origen de todas las desgracias de México. Se pontificaba sobre la urgencia de la purificación al tiempo que se destruían los mecanismos para evitar y castigar la corrupción. Toda la estructura de la sospecha institucional, todos los organismos que tienen a su cargo la alimentación de la desconfianza fueron anulados o destruidos.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.