OPINIÓN

A veces, como vimos con los dichos de Sheinbaum acerca del Princesa de Asturias, el uso de la ridiculez se disfraza de bravura o aplomo

Ridiculez

NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

5 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Podría creerse, sin pensarlo mucho, que la desvergüenza como norma de conducta de los políticos se explica como una evidencia de lo desconectados que están de la realidad. Que, ignorantes de los problemas concretos que acucian a la población, encapsulados en su arrogancia y su vanidad, al mirar sólo por su prosperidad y por la consecución de los fines propios y de sus allegados -y de sus correligionarios, acaso, si conceden algún valor a la fidelidad de éstos para sostenerse donde están y encaminarse hacia donde se encaminan-, quienes detentan posiciones de poder y desde ellas toman decisiones están desentendidos de aquella anticuada suposición según la cual la política debería estar al servicio del bien común. Y que por ello no les importa incurrir en excesos y desfiguros, proferir disparates y sandeces, exhibir su zafiedad o su mezquindad, sus vulgaridades o su falta de conocimientos e información -o no es que no les importe, más bien son incapaces de reconocer sus carencias o sus flaquezas, se saben superiores e infalibles, dignos y nobles, impolutos y admirables.