Me simpatizó que el gruyero estuviera al tanto de cómo eso, que para él es rutinario, para la mayoría debe de ser extraordinario
El gruyero
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
5 MIN 00 SEG
Con tantos vehículos que deja varados la lluvia estos días, imagino que el gruyero tendrá mucho trabajo: quizás esté doblando turnos, haciendo horas extras, listo en todo momento para salir disparado por todos los rumbos de esta ciudad que con el temporal se desquicia -y también antes y después, sin tregua y por lo visto sin remedio; a ver qué milagros obra la inminencia del Mundial, pero es de temerse que sean chapuceros y fugaces-. El gruyero: capitán y único tripulante de una máquina majestuosa, dotada como una hormiga ciclópea con la capacidad de cargar varias veces su propio peso, y dedicada a mover vehículos de toda laya impedidos de seguir rodando, chocados o descompuestos, o caprichosamente renuentes a explicar qué les pasa, a justificar su negativa a seguir andando, y que de manera imperativa hay que retirar de donde se quedaron, para que los arreglen y también para que no se queden estorbando, para que no terminen de convertirse en edificios ruinosos donde halle alojamiento algún vivo, o para que no les crezca un árbol en medio, reventando el chasis primero y luego el toldo -pues bajo ese árbol puede ir afincándose una aldea, luego un pueblo y al final una metrópoli en toda forma: tal vez Guadalajara no la fundó Beatriz Hernández, sino que creció alrededor de un coche abandonado tras quedar estropeado por la inundación en una crecida imposible del río San Juan de Dios.